“Trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ¡Viva el Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!” (Mt 21, 1-11).
La Cuaresma del 2020 está marcada por el avance demoledor del COVID-19 que está asolando nuestras ciudades y familias de enfermos, contagiados por el virus y de muertes. ¡Está siendo una auténtica pasión! No cabe duda que el Señor, a través de esta dramática y terrible pandemia, está llamando a la humanidad y a la propia Iglesia a una muy profunda purificación del corazón”. El Señor ha abierto “a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo a través del desierto cuaresmal, para que lleguemos a la montaña santa, con el corazón contrito y humillado” (Prefacio V de Cuaresma). Esta Cuaresma del 2020, totalmente atípica, con nuestras calles semidesiertas, con nuestras familias confinadas en sus casas ha propiciado una expectación verdaderamente pascual. ¡Todos anhelamos el paso salvador de Dios por nuestras vidas, como en la primera Pascua, que nos libere del yugo amenazador de este virus faraónico que se ha levantado amenazando la vida de toda persona que se le pone a tiro! Sí, ¡anhelamos que después de tanta pasión podamos explotar de júbilo con la victoria de Nuestro Señor Jesucristo que ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal, como cantamos cada Domingo en el memento de las plegarias eucarísticas!
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