El Cristo de Jerónimo Prieto

Junto a la Sede Penitencial y formando parte del rincón de la Misericordia, hemos ubicado el  CUADRO DEL CRISTO CRUCIFICADO que, antes de la reforma de la Iglesia, se encontraba situado  mirando al Presbiterio, a la izquierda de la Sede Presidencial. El autor de esta obra es el pintor y escultor salmantino Don JERÓNIMO PRIETO.

La inspiración religiosa de Jerónimo Prieto, apoyándose en el hecho histórico, sube con audacia y precisión a las realidades del campo de la teología y de la mística. Trasciende la historia y expresa las grandes verdades de nuestra fe cristiana. Este Cristo contemplándolo con amor no nos resulta inferior en arte y espiritualidad al de Velázquez y al de Dalí. Al contemplar esta bellísima composición se cae en la cuenta de que el autor además de representar a Cristo Crucificado pretende abarcar toda la trascendental obra redentora de Jesús. En seguida surgen las preguntas: ¿Por qué representa un cuerpo bello y no maltrecho? ¿Por qué acentúa tanto la verticalidad ascendente? ¿Por qué apenas se notan los clavos? ¿Por qué la sangre es tan tenue? ¿Por qué no refleja el dolor y la angustia? Todos los aspectos y matices tendrán su profunda significación.

En esta Parroquia, dedicada a la realeza de Cristo, es acertado presentar al Señor en el culmen de su victoria que es el momento de su muerte. La apoteosis del Reino de Cristo está en su Misterio Pascual: muerte y resurrección. Cristo reina, por amor, en la cruz: “Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a mí toda la creación” (Jn 12, 32). “Reinó Dios desde el madero” (Himno Vexilla Regis). Reina también Cristo al resucitar: “Cuando levantéis al hijo del Hombre sabréis que Yo soy” (Jn 8, 28). En la Resurrección queda demostrada la divinidad de Jesucristo y su amor triunfante. Esta obra de arte quiere sugerirnos que Cristo en el momento de pronunciar las palabras: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), en el momento de morir, entra ya en el campo de la Resurrección, del triunfo total. Bien contemplado este Cuerpo nos sugiere la belleza, la felicidad, el triunfo, del reinado de Cristo, venciendo la muerte. Cristo no es derrotado al morir. Triunfa y reina por amor: “La muerte ya no tiene dominio sobre Él” (Rom 6,9).
El pintor quiere ir más allá de lo que qu nos daría una fotografía del Cuerpo Sacratísimo de Cristo en el patíbulo, quiere pintarnos el Alma del Redentor, unida sustancialmente a la Divinidad. Pero el Alma y la Divinidad no se pueden pintar directamente, hay que representarlas a través del Cuerpo bello, poderoso, esforzado. La realidad de Cristo Mártir, lleno de fortaleza y amor, lleno de belleza moral y divina en su alma, es más vigorosa que esta otra realidad: El Cuerpo de Cristo, hecho “un gusano” (Sal 21, 7), “triturado por nuestros delitos” (Is 53, 5). El autor supone que sabemos muy bien esta última realidad, pero prefiere que reflexionemos sobre la otra: El triunfo de Cristo, la belleza de Cristo, la sublimidad de la acción salvadora de Cristo al pasar a los brazos del Padre y a la Resurrección. Esta teología que expresa JERÓNIMO PRIETO está en perfecta consonancia con el Evangelio de San Juan. En la pasión del Cuarto Evangelio, Cristo derrota a sus enemigos ya en el Huerto. Ante Caifás se presenta como el Rey-Juez de vivos y muertos. En los diálogos con Pilatos, Cristo aparece como Rey y Juez, por la
verdad, en la verdad, siendo Él la misma Verdad. Pilatos, casi sin darse cuenta, pero movido por el Padre, proclama ante Judíos y Griegos con autoridad que Jesucristo es el verdadero y  definitivo Rey de Israel y del mundo. “Lo escrito, escrito está” (Jn 19, 22), con toda verdad. Por eso, San Juan, y nuestro autor, nos narran que la realeza de Cristo quedó promulgada por el letrero con las tres lenguas universales: hebreo, griego y latín. Los evangelios sinópticos, Mt. Mc. y Lc nos invitan a la compasión y a las lágrimas por el sufrimiento de Cristo. San Juan, a quien sigue J. PRIETO, nos invita a comprender la obra colosal, trascendental, bella y feliz, de Cristo al morir y resucitar, estableciendo así su reinado glorioso, para nuestra salvación. Cristo Sacerdote es el reconciliador, mediador y embajador entre Dios Padre y los hombres. Bien representa a Dios porque es Hijo de Dios y Dios en persona. Y bien representa a los hombres ante Dios porque es el hombre mejor dotado, es el Rey de toda perfección, es el Rey del amor. Y lo más digno y representativo del hombre es el amor. Belleza, bondad, virtud, tienen su apoteosis en Cristo. El Artista refleja la acción sacerdotal de Cristo que quiere y consigue, en muerte y resurrección, llevar al Padre con la fuerza humana que le da el Espíritu, la creación, el cosmos y sobre todo al
hombre, a la humanidad entera. Cristo une la tierra con el cielo. ¡Bella plasmación ésta de Cristo sacerdote y su obra! ¿Por qué el genial Compositor pone a Cristo rodeado de vegetación con un fondo de mar y cielo? Es poesía y teología a la vez. La Iglesia el Viernes Santo canta el clásico Himno Cruz Fidelis:

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza
jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y fruto!
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza,
con un peso tan dulce en la corteza!

Cristo es la floración y el fruto culmen de toda la creación. El palo de la Cruz ha sido antes un tronco verde entre los demás árboles. Ahora es ya un árbol seco y significa la muerte.

Cristo desde la muerte nos da la vida de la Resurrección. Cristo árbol, aparentemente seco por su muerte ¡arrebata la vida inmortal para Él y para nosotros! El artista no puso espinas en la cabeza de Cristo. Las pone a los pies dibujando un cardo hiriente. A la hora de la muerte-ascensión espinas, clavos, lanza, ya no pueden dañar a Cristo. La verticalidad del cuadro,
un rectángulo muy alargado, rima con la figura de Cristo, alta y espiritualizada. Ni verdugos, ni clavos, ni dolor agotador, ni convulsiones de muerte, detienen la fuerza de esta FLECHA, lanzada al cielo. ¡Qué catequesis para nuestro mundo, terreno, materialista y hedonista! Cristo y todo ser humano es una flecha lanzada a la eternidad. No hay ateísmo o materialismo que destruya esta verdad, como ya no puede ser destruida la Resurrección del Señor. A todo el que contemple este cuadro, Cristo le dice: Tu destino es la eternidad dichosa. En un mundo tan aficionado al deporte comprendemos mejor la proeza de Cristo tomando sobre sí el peso de toda la humanidad y queriéndola lanzar hacia el fin: los brazos del Padre. Cristo más que un nadador, más que un atleta, más que un lanzador de peso, es contemplado por Jerónimo, como el gran esforzado y bello mancebo triunfando e invitándonos a todos a que triunfemos con Él.

Resumiendo. El Cristo de J. PRIETO no es tanto el Cristo del dolor y la humillación, de la flagelación, del abatimiento y el fracaso, cuanto del Cristo de la Ascensión al cielo desde la Cruz. Es el Cristo de la dinámica de toda su vida, anhelando el Corazón del Padre. Es el Cristo que muestra de manera bella que el camino para el triunfo suyo y nuestro es el camino de la Cruz. Es el Cristo que proclama: No tengáis miedo a la Cruz y a la muerte porque por ellas se pasa con la fugacidad de una flecha que tiene como diana el regazo del Padre. Es el Cristo que midiéndose con la cruz y la muerte, las supera, las derrota brillantemente, llegando a ser el Campeón de la vida. ¡Cristo Rey por su muerte y Resurrección! En su nueva ubicación, dentro del marco del RINCÓN DE LA MISERICORDIA, junto a la SEDE PENITENCIAL (el Confesionario), permite al penitente contemplar, visualmente, el Misterio de la Redención con el que Cristo “ha cancelado la nota de cargo que había contra nosotros, la de sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz” (Col 2, 14) y nos ha conciliado con Dios. Así pues, “si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5, 10).