«Quédate con nosotros» | Hoja parroquial del 26 de abril

3º DOMINGO DE PASCUA: Hch 2, 14. 22-33; Sal 15; 1ª Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35

«Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Y entró a quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció»

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«Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída» (Lc 24,29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante, habían experimentado cómo «ardía» su corazón (ibíd. 32) mientras él les hablaba «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y «se les abrieron los ojos» (ibíd. 31). Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. «Quédate con nosotros», suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el «pan partido», ante el cual se habían abierto sus ojos.

            El icono de los discípulos de Emaús viene bien para hacernos comprender la PRESENCIA REAL de Jesucristo Resucitado en cada pascua dominical y hacernos vivir el misterio de la Santísima Eucaristía. En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del «Pan de vida», con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de «estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,20).

            La «fracción del pan» —como al principio se llamaba a la Eucaristía— ha estado siempre en el centro de la vida de la Iglesia. Por ella, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección. En ella se le recibe a Él en persona, como «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51), y con Él se nos da la prenda de la vida eterna, merced a la cual se pregusta el banquete eterno en la Jerusalén celeste. La Plegaria V/a expresa magníficamente lo que acontece en cada Eucaristía al decir: «Te glorificamos, Padre santo, porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida, sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor. Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan». Jesús Resucitado no se ha ido, está con nosotros, todos los días, a todas las horas, también en este tiempo de pandemia por el coronavirus. Él nos invita a tener miedo, a saber leer este acontecimiento a la luz de la fe para entender aquello de “no era necesario…”.

EL CAMPANARIO

 “Con el contagio del covid-19, el Señor me ha llevado a vivir una experiencia pascual”

El párroco de Cristo Rey, Juan José Calles, relata su testimonio de lucha contra el coronavirus. Una experiencia de la enfermedad que ha vivido “como un acontecimiento pascual de dolor, de muerte y resurrección”.

 Me llamo Juanjo Calles y actualmente soy el párroco de Cristo Rey y formo parte del equipo de capellanes del Hospital Clínico y Virgen Vega. Fue precisamente en el servicio de la capellanía de los hospitales donde percibí, en las dos primeras semanas del mes de marzo, la gravedad de la pandemia del coronavirus. Como vivo con mi madre, de 91 años, desde que empezaron a llegar los primeros casos de contagiados por el COVID-19 al Clínico, tuve conciencia del riesgo que podría ocasionarle en el caso de que yo quedara contagiado.

En previsión de evitar dicho contagio, la semana del 9 al 15, le pedía a una sobrina que viniera a Salamanca para cuidar de la abuela en la casa donde vivimos, y yo me trasladé a la casa parroquial. Y, en efecto, así sucedió. El viernes 20 de marzo, aparecieron los “síntomas del contagio”, al perder los sentidos del gusto y el olfato, aunque en ese momento yo no lo relacionase con el coronavirus.

Como el día 23 entraba de guardia en el hospital para ejercer el servicio de capellán, el domingo 22 hablé con mi médico de familia y él me aconsejó que bajase a Urgencias para que me hicieran las pruebas y verificar si estaba contagiado o no. A las 4 de la mañana del día 23 quedé ingresado en el Hospital Clínico con el siguiente diagnóstico: Enfermedad por COVID-19, leve y, en el informe se indicaba que me daría el “alta con tratamiento”. El mismo lunes 23, a las 21.00 horas, era dado de alta y, desde entonces, estoy confinado en la casa parroquial guardando la cuarentena y a la espera de que me hagan el test para certificar si estoy limpio de contagio o no.

Experiencia pascual

Juanjo transmite a diario la eucaristía en directo a través de su facebook y de la aplicación zoom que le permite estar en contacto directo con sus feligreses.

¿Qué ha significado para mí el hecho de estar contagiado del COVID-19? El lunes 23 de madrugada, en el pasillo de Urgencias del Hospital, esperando los resultados de los análisis que me habían realizado, escribí esta nota en el muro de mi Facebook: “Cuando son la 1,20h de la madrugada, sigo en Urgencias del Hospital Clínico. Si me dejan ingresado celebraré la EUCARISTIA ofreciendo mi cuerpo como una hostia viva por todos los enfermos de coronavirus, unido a Nuestro Señor Jesucristo crucificado, muerto, sepultado y resucitado. Rezad por mí. Shalôm”.

En efecto, estos sentimientos que expresaba aquella madrugada son los que me han acompañado a lo largo de este confinamiento que ha coincidido, ¡providencialmente!, con las últimas semanas del tiempo cuaresmal, la Semana Santa y la Pascua. Creo sinceramente que el Señor me ha llevado a vivir una “experiencia pascual” a través del contagio del COVID-19 y el tratamiento para combatir esta enfermedad.

Pastoral de la ‘oreja’ y online

Durante este tiempo he podido sobrellevar la penitencia del confinamiento doméstico en soledad, sostenido por la oración diaria de la Liturgia de las Horas, el rezo del Rosario, la celebración de la Eucaristía y el acompañamiento espiritual telefónico (¡La pastoral de la oreja!) y on line (a través de las celebraciones litúrgicas de Laudes, Vísperas y Eucaristía, gracias a plataformas digitales como Facebook y ZOOM). ¡Doy gracias al Padre por esta caricia que me ha hecho a través del contagio del COVID-19!, que me ha permitido estar muy cerca de los enfermos contagiados del coronavirus, escuchar tantas experiencias de feligreses y amigos, poder consolar y ser consolado, y haber podido rezar todos los días por los fallecidos como consecuencia del contagio en esta interminable procesión pascual hacia el Cielo de tantos hermanos que nos han precedido en esta Pascual (¡2.400 salmantinos!).

Sí, he vivido esta experiencia de la enfermedad como un acontecimiento pascual, de dolor, de muerte y resurrección. He sentido al Señor muy cercano y, en todo momento me he sabido en sus manos, sabiendo que podía haber llegado para mí la hora de mi muerte. Le he dado gracias por la mejoría que ido experimentando día a día, y le he pedido que, si es su voluntad, pueda seguir sirviéndole en la Iglesia a través del ministerio sacerdotal al que me Él me llamó hace 34 años para servir al Pueblo de Dios como Siervo, Ministro y Pastor.

Oración y servicio silencioso

Termino esta sencilla experiencia de mi “paso=pascua” por la enfermedad contagiosa del COVID-19, expresando mi gratitud a todas las personas que han estado y están rezando por mí y por todos los enfermos contagiados de coronavirus. Me consolaron mucho estas palabras del Papa Francisco en su Meditación del 17 de marzo: “Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”. Con la ayuda de Dios, ¡Resistiré!

Sigamos rezando unos por otros. Shalôm.

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