SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO: Is 40,1-5.9-11; Sal 84; 2ª Pe 3,8-14; Mc 1, 1-8
«Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. «.
HP-del-6-de-Diciembre-de-2020En el tiempo litúrgico del Adviento hay un personaje que sobresale a pesar suyo: Juan Bautista, el hombre más grande nacido de mujer, en labios de Jesús que se presenta ataviado con las vestiduras típica de los profetas: «Juan llevaba un vestido de piel de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre» (Mc 1, 6). De la importancia que tuvo su misión y su mensaje dan cuenta los cuatros evangelistas y sabemos que su influencia se dejó sentir bastantes años después de su muerte. En efecto, Juan el Bautista ocupa un lugar relevante en la revelación de Dios a los hombres en la plenitud de los tiempos, su misión consistirá en preparar la manifestación de Jesús como el Mesías, el Enviado de Dios; y lo hará preparando el corazón del pueblo elegido llamándolo a la conversión, al cambio de vida sellado en un bautismo de agua porque como él mismo dirá: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desata la correa de su sandalia» (Jn 1, 26), «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3, 11). Juan Bautista como un «nuevo Elias» ha recibido la misión de ser «profeta del Altísimo, pues irá delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1, 76-77). Ahora bien, Juan el Bautista fue, sí, verdadero profeta pero a título de precursor venido con el espíritu de Elías como el mismo Jesús reconoció al decir: «Elías vino ya, pero no lo reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron» (Mt 17, 12), sin embargo, él mismo negó ser <<el Profeta>> que había anunciado Moisés. Sólo Jesús es para la fe cristiana el gran Profeta de Dios.
Por el bautismo todos los cristianos participamos de la misión profética de Jesucristo y estamos llamados a ser profetas. Pero ¿qué es ser profeta? ¿en qué consiste su misión? Si acudimos al significado del vocablo «profeta» encontramos estas acepciones: «Persona llena del Espíritu del Señor, que habla en su nombre; Mensajero e intérprete de la palabra de Dios. Anuncia la acción salvadora de Dios y denuncia el pecado del hombre. Invita constantemente a la esperanza y a la conversión. Jesús es el gran profeta. En la primitiva Iglesia, san Pablo consideraba a la profecía como un carisma recibido para el bien de la comunidad, que situaba al profeta en segundo lugar, dentro de la comunidad, inmediatamente después de los apóstoles y de sus sucesores. El ministerio profético supone una acción positiva de Dios: elección, vocación, misión. Dios exige a cambio una entrega total de aquel a quien llama«.
Ser profeta es función de todo tiempo: ayer, hoy y mañana. Ser profeta es una tarea de toda la Iglesia y de cada uno de los que a ella pertenecen por el bautismo. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: «Cristo, el gran profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la Palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota el sentido de la fe y de la gracia de la Palabra para que la virtud del evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en las cosas que esperamos cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la Palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo» (Cf. Lumen gentium, n. 35).
EL CAMPANARIO
LA VIRGEN MARÍA EN EL ADVIENTO
«Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento «como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un «mes de María». En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos
La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel a la «llena de gracia» (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente Americano se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la disposición para recibir al Salvador: María «unida íntimamente al nacimiento de la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de Cristo Salvador a los hijos de estos pueblos» (Cf. Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, nn. 101-102).
10 ACCIONES PARA VIVIR EL ADVIENTO COMO CRISTIANOS
- Rezar cada día Laudes (en casa, en familia, en la Parroquia. No te arrepentirás).
- Leer diariamente el Evangelio de San Marcos.
- Participar en la Eucaristía dominical con tu familia y, si puedes, algún día entre semana también.
- Aportar alguna cantidad económica importante para entidades como Caritas, Manos Unidas, etc. Dad limosna.
- Visitar parientes y amigos enfermos o ancianos que no salen de casa por estar imposibilitados.
- Frecuentar el Sacramento de la Reconciliación y de la Penitencia.
- Ayunar de televisión y de cosas superfluas.
- Participar en la Liturgia de algún Monasterio de Clausura y, si tienes oportunidad, hablar con los monjes y monjas.
- Colar el “Belén” en casa e implicar al resto de la familia.
- Repetir, en forma de letanía: ¡Marana atha!; Ven, Señor Jesús.
«Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad» (Cf. Prefacio de la Inmaculada Concepción -8 de diciembre).