La alegría como actitud cristiana | Hoja parroquial del 13 de diciembre

IIIº DOMINGO DE ADVIENTO: Is 61, 1-11; Magnifical; 1ª Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-28

“Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo? Él contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor (como dijo el profeta Isaías)” (Jn 1, 22-23)

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Dice un dicho popular que un cristiano triste es un triste cristiano. En efecto, no hay mayor antitesmonio que encontrarte con una persona que se declara seguidor y discípulo de Jesús, que incluso, asiste todos los domingos a la Eucaristía, y que no transmite más que amargura, tristeza y desesperanza. Cuando esto sucede, algo no está funcionando bien en el sistema nutritivo-espiritual de tal cristiano y el síntoma que nos lo permite descubrir es, precisamente, la falta o pérdida de la vitamina de la alegría. La alegría es a la vida del cristiano como el oxígeno, el aire, a los pulmones; así como estos últimos, sin el oxígeno, deja de respirar, así, también, podemos decir, que sin la alegría, la vida espiritual del cristiano, se vuelve mortecina, sin vitalidad.

La alegría es el primer efecto del amor, por tanto, de la entrega. Se podría decir que hay tantas clases de alegría como clases de amor. El cristiano está invitado a estar siempre alegre porque la esencia de su vida consiste en amar a Dios. La alegría de amar a Dios no puede compararse con ninguna otra. De ahí que la misión esencial de la Iglesia que no es otra más que la evangelización, es, siempre, fruto de la sobreabundancia de la alegría que desborda el corazón. El Documento Lineamenta del 2012que llevaba por título: Nueva Evangelización y transmisión de la fe, terminaba, precisamente, con una invitación a la alegría como actitud específicamente cristiana: “Nueva evangelización quiere decir compartir con el mundo sus ansias de salvación y dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la esperanza (cf. 1 P 3, 15). Los hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo». Por esto la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.

Precisamente la falta de esta consciencia genera desierto y desaliento. Uno los obstáculos para la nueva evangelización es la ausencia de alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades cristianas. La nueva evangelización se presenta en estos contextos no como un deber, o como un ulterior peso que hay que soportar, sino más bien como una medicina capaz de dar nuevamente alegría y vida a realidades prisioneras de sus propios miedos.

Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (cf. Sal 126, 6). «Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo (nº 25)».

Hoy, es el domingo de la alegría (gaudete): compártela, transmítela, contágiala a otros y serás feliz.

EL CAMPANARIO

¡VIVID, SIEMPRE, ALEGRES!

El Papa Francisco en su Exhortación Evangelii gaudiumnos invita a todos los católicos a vivir con alegría, es más, él afirma que la «alegría se renueva y comunica: El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13). Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (9,9).

El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?

Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo» (Cf. EG, nn. 2-8).

No en balde, la alegría es la actitud más sobresaliente en vida de los santos, según San Atanasio, “los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua (Carta 14). El Papa Francisco nos ha recordado en EG que “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar (Pablo VI)” (n. 10), porque “hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (n. 9). ¡Vivid alegres, el Señor está cerca!

NOTICIAS Y AVISOS

* PARROQUIA DE CRISTO REY: Laudes en la Iglesia a las 6,30h (de Lunes a Viernes). El Miércoles a las 16,30h en el Catecumenium, Scrutatio Scripturae, el Jueves a las 18h Vísperas con Adoración del Santísimo y el Viernes Penitencial con los jóvenes a las 19,45h.

         * TOPAS: Jueves a las 16,30h Catequesis de Comunión; Viernes a las 12h, Eucaristía, el Domingo, a las 13h.

         * VALDELOSA: Miércoles a las 12h Eucaristía, el Domingo a las 11,45h.       

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