La salvación en Cristo: un Don gratuito

IV Domingo de cuaresma: 2Cro 36, 14-23; Sal 136; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21

Tanto amó Dios al mundo, qu entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

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Hoy la Palabra nos invita a la total confianza. A zambullirnos sin miedo en el amor enorme que Dios nos tiene. A dejamos envolver, sostener, conducir por El. Sin preguntas. Sin angustias. «Por pura gracia estáis salvados«. Suya es la iniciativa, y la fuerza para levantarnos, y el abrazo generoso. Nuestro es…

El pecado, sí. Tenemos ese triste poder; y a fe que lo ejercitamos. Salta en seguida a la vista, si repasamos nuestra historia. «Todos los jefes del pueblo y los sacerdotes multiplicaron sus infidelidades«. Toda una cadena de traiciones. Cada uno sabemos bien de qué manera, porque nuestros pecados tienen nombre, y cara, y fecha. Es nuestra parte. Pero hay también, atravesando esa historia de punta a punta, un hilo sutil, invisible a veces: el amor de un Dios que nos ha ido siguiendo, comprendiendo, animando, perdonando. El amor incansable de Dios, cosido a nuestra carne quebradiza. Un amor descomunal: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único«. Un amor salvador: «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». Dios empeñado en salvar a su pueblo. A todos y a cada uno de nosotros.

Pero ¿así, sin más? ¿Nada tenemos nosotros que poner en esta salvación? Bueno, aquí hay algo que aclarar. Si nosotros no pusiéramos nada, si la salvación actuara en nosotros de una manera automática, si el Señor nos tomara como en volandas y quieras o no nos redimiera, esa salvación no se podría llamar nuestra. Triste imagen la de un amor de Dios invadiendo, arrasando, arrancando de cuajo nuestros pecados, sometiéndonos: sería borrar de un plumazo todo su plan sobre el hombre, tan sabia y pacientemente tramado siglo a siglo; sería como reconocer que su ilusionada aventura de poner en nuestras manos el tesoro de la libertad había terminado en un estrepitoso fracaso. San Agustín nos ha recordado que “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

No. No es ése el estilo de Dios. Él está dispuesto a respetar hasta el final nuestra libertad. Ahí radica precisamente lo más maravilloso de su forma de salvar: Él se nos entrega primero; y lo hace tan sin medida, su amor llega tan más allá de todas nuestras previsiones y de nuestros pretendidos derechos, que deja abierto y fácil nuestro camino de vuelta a casa. Tiene la delicadeza de proponernos el paso libre de la conversión no como una rendición incondicional al asedio de su gracia, sino como una sencilla respuesta de amor a ese amor desbordante que Él nos profesa.

Algo, ciertamente, tenemos nosotros que poner: abrirnos a su perdón, dejarnos reconciliar. Un algo que no añade mérito ni valor a esa salvación que es toda suya. Nuestra pequeña parte -la libre aceptación de su amor- queda como un detalle que, porque Él lo ha querido, nunca puede faltar en todo cuanto hace con nosotros. «Estáis salvados por su gracia, y mediante la fe«. Todo sigue siendo suyo: por eso tiene eficacia salvadora. A nosotros nos queda la gloriosa, minúscula, imprescindible tarea de abrirle la puerta de nuestro corazón para que entre y no llene; y, al llenarnos, nos sane de nuestras viejas heridas y nos convierta en hijos.

Luego ya, una vez hijos, todo es carretera: ya todo es caminar sin miedo, seguros de que Él nos ama, rumbo a casa. ¿Verdad que es maravilloso? ¿Cómo no dar gracias al Padre por el Hijo en el Espiritu Santo?

DESDE EL CAMPANARIO

LO QUE PIDE LA ORACIÓN LO ALCANZA EL AYUNO Y LO RECIBE LA MISERICORDIA

Tres cosas hay, hermanos, por las que se mantiene la fe, se conserva firme la devoción, persevera la virtud. Estas tres cosas son la oración, el ayuno y la misericordia. Lo que pide la oración lo alcanza el ayuno y lo recibe la misericordia. Oración, misericordia y ayuno: tres cosas que son una sola, que se vivifican una a otra.

El ayuno es el alma de la oración, la misericordia es lo que da vida al ayuno. Nadie intente separar estas cosas, pues son inseparables. El que sólo practica una de ellas, o no las practica simultáneamente, es como si nada hiciese. Por tanto, el que ora que ayune también, el que ayuna que practique asimismo la misericordia. Quien desea ser escuchado en sus oraciones que escuche él también a quien le pide, pues el que no cierra sus oídos a las peticiones del que le suplica abre los de Dios a sus propias peticiones.

El que ayuna que procure entender el sentido del ayuno: que se haga sensible al hambre de los demás, si quiere que Dios sea sensible a la suya; si espera alcanzar misericordia, que él también la tenga; si espera piedad, que él también la practique; si espera obtener favores de Dios, que él también sea dadivoso. Es un mal solicitante el que espera obtener para sí lo que él niega a los demás.

Hombre, sé para ti mismo la medida de la misericordia; de este modo, alcanzarás misericordia del modo que quieras, en la medida que quieras, con la presteza que quieras; tan sólo es necesario que tú te compadezcas de los demás con la misma presteza y del mismo modo.

Hagamos, por consiguiente, que la oración, la misericordia y el ayuno sean los tres juntos nuestro patrocinio ante Dios, los tres juntos nuestra defensa, los tres juntos nuestra oración bajo tres formas distintas.

Reconquistemos con nuestro ayuno lo que perdimos por no saberlo apreciar; inmolemos con el ayuno nuestras almas, ya que éste es el mejor sacrificio que podemos ofrecer a Dios, como atestigua el salmo: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

Hombre, ofrece a Dios tu alma, ofrécele el sacrificio del ayuno, para que sea una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva que, sin salirse de ti mismo, sea ofrecida a Dios. No tiene excusa el que niega esto a Dios, ya que está en manos de cualquiera el ofrecerse a sí mismo.

Mas, para que esto sea acepto a Dios, al ayuno debe acompañar la misericordia; el ayuno no da fruto si no es regado por la misericordia, se seca sin este riego: lo que es la lluvia para la tierra, esto es la misericordia para el ayuno. Por más que cultive su corazón, limpie su carne, arranque sus malas costumbres, siembre las virtudes, si no abre las corrientes de la misericordia, ningún fruto recogerá el que ayuna.

Tú que ayunas, sabe que tu campo, si está en ayunas de misericordia, ayuna él también; en cambio, la liberalidad de tu misericordia redunda en abundancia para tus graneros. Mira, por tanto, que no salgas perdiendo, por querer guardar para ti, antes procura recolectar a largo plazo; al dar al pobre das a ti mismo, y lo que no dejas para los demás no lo disfrutarás tú luego (cf. De los Sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
(Sermón 43: PL 52, 320. 322).

NOTICIAS DE NUESTRA PARROQUIA

    + REUNIÓN DE PADRES/MADRES: El Lunes 15 a las 19, 30h tendremos una reunión con los padres y madres de los niños/as que van a recibir la PRIMERA COMUNIÓN.

    + CAPILLA DE LAS MADRES OBLATAS: El Martes día 16 a las 17, 30h, nuestro Párroco Don Juanjo impartirá una meditación sobre la figura de San José: Padre de la valentía creativa en la Carta Apostólica Patris corde del Papa Francisco.

    + DÁ DEL SEMINARIO: El Jueves día 19 celebramos la Fiesta de San José, Patrono de la Iglesia Universal y de las vocaciones sacerdotales. ¡Pidamos al Señor que suscite vocaciones en nuestras familias y parroquias! ¡Propongamos con valentía a nuestros niños y jóvenes la apuesta vocacional por Jesús y su Evangelio! Oremos todos al Dueño de la  mies.

    + ¡¡¡PARA HACER DONATIVOS A LA PARROQUIA¡¡¡: Como cada vez es más complicado acercarse a las entidades bancarias y algunos nos lo habéis pedido,  os facilitamos los nº de cuenta de nuestra Parroquia para que podáis hacer vuestros donativos “sin colas de espera”:

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