Jesucristo ¡Rey del Universo! | Hoja parroquial del 24 de noviembre

SOLEMNIDAD JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO: 2ª Sam 5,1-3; Sal 121; Col 1,12-20; Lc 23, 35-43

«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón...

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Con la celebración de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo culminamos el Año Litúrgico en el que hemos venido celebrando, domingo tras domingo, la victoria de Jesucristo sobre el pecado, el mal y la muerte por el poder de su Resurrección, así lo proclamamos en cada Eucaristía: «Reunidos aquí, en el domingo, día en que Cristo ha vencido la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal«. La Iglesia proclama hoy que su Esposo y Señor es Rey, el Rey del Universo, de la Historia y del tiempo, Él ya reina, vestido de majestad, sentado a la derecha del Padre en la espera de volver a la tierra para pasarnos definitivamente a su Reino donde viviremos eternamente del Amor de Dios.

                Los cristianos tenemos el atrevimiento de confesar y proclamar hoy, en todo el mundo, que aquel joven judío brutalmente maltratado e injustamente condenado que colgaba de un madero exhausto bajo una inscripción que ponía <<éste es el rey de los judíos>> es el HIJO DE DIOS, el REY DEL UNIVERSO. La inscripción se quedó corta porque Jesús de Nazaret «nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos» (Rom 1, 2-3) es el REY DEL UNIVERSO porque Él es «el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los Reyes de la tierra»  (Ap 1, 5s). Sí, Jesús es Rey porque ha vencido a la muerte y está vivo y tiene poder sobre todo «porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia: Él es el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos « (Col 1, 16). Con este himno, San Pablo, desde la cárcel, canta la primacía de Cristo tanto en el orden de la creación natural como en el orden de la re-creación sobrenatural que es la Redención. Se trata del Cristo preexistente, pero considerado siempre en la persona histórica y única del hijo de Dios hecho hombre. Este ser concreto, encarnado, es la Imagen de Dios en cuanto refleja en una naturaleza humana y visible la imagen del Dios invisible. Jesucristo es el «resplandor de la gloria del Padre e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la justificación» (Hb 1, 3).

                ¡Mirad al Crucificado! Sólo desde la fe podemos afirmar que Jesucristo es Señor del mundo y de los hombres, el Rey del Universo. La liturgia solemne de este día en continuidad con la liturgia del Viernes Santo, canta la realeza de Jesús con estas palabras: «Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz«. Cantemos hermanos: Tu Reino es vida, tu reino es verdad, tu Reino es justicia, tu Reino es paz, tu Reino es gracia, tu Reino es Amo, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!

EL CAMPANARIO

<<Venga a nosotros tu Reino>>

«En el Nuevo Testamento, la palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios es para nosotros lo más importante. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre: «Incluso […] puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 13).

            Esta petición es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”: «Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano, De oratione, 5, 2-4).

            En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo” (cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano).

            “El Reino de Dios […] [es] justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25): «Solo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae 5, 13).

            Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).

NOTICIAS DE NUESTRA PARROQUIA

         * TALLER DE MAYORES: El Martes día 26 Don Juanjo nos dará una charla sobre el Adviento bajo el título «Marana Tha«.

            * ANUNCIO DE ADVIENTO: Tendrá lugar el Miércoles día 27 a las 21h en la Iglesia, para todos los neocatecumenales.

         * ESTRENAMOS TIEMPO LITÚRGICOEl próximo domingo día 1 de Diciembre iniciamos el tiempo litúrgico del Adviento y con él estrenamos Leccionario (ciclo A), vestiduras (morado), cantos (de espera y esperanza) y espíritu (oración y vigilancia). «El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:

espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal;

conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 3,2);

esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y «nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2).

La Corona de Adviento:  La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.

La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia (cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).

– Las jaculatorias del Adviento: ¡Ven, ven Señor no tardes!, ¡Maran athá! ¡Venga tu Reino! ¡Viene, el Señor! ¡Ven Señor, que te estoy esperando! ¡No tardes en venir! ¡Velad y orad!

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