Frutos de santidad | Hoja parroquial del 2 de mayo

Vº DOMINGO DE PASCUA: Hch 9, 26-31; Sal 21; 1ª Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8

«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí«

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El quinto Domingo de Pascua nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos para hacernos comprender el profundo misterio de comunión en el que hemos sido injertados por el bautismo: participar de la misma vida divina como hijos adoptivos que somos de Dios,  configurando nuestra vida de cristianos con el alimento semanal del Cuerpo y Sangre de Cristo que se nos da en la Eucaristía para que la misma vida sangre de Jesús corra por nuestras venas y su mismo Amor lo podamos compartir y repartir con todas aquellas personas con las que el Padre del Cielo ha «enracimado» nuestra existencia.

 Con esta bellísima imagen, Jesús nos dice claramente por qué y para qué nos ha elegido como discípulos suyos: «Yo os he elegido a vosotros y os destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16); es más, afirmará, también, que «la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos» (15, 8). Sin embargo la condición para poder «dar fruto» es que estemos unidos a Él, injertados, como el sarmiento en la vid, en Cristo. Y, ¿cómo podemos vivir unidos a Jesús, vivir con Él y desde Él para los demás? Este tiempo pascual nos está mostrando el camino. Primero, creyendo en Él, lo cual significa acoger su Palabra en el corazón, vivir de su Evangelio y dejarnos transformar por su Espíritu, quien nos lleva a vivir en la verdad y en la caridad. Segundo, comulgando con Él, es decir, entrando en comunión con su Cuerpo que es la Iglesia a través de la «unión real y sacramental» con su Persona y su Vida en la Eucaristía dominical, porque, como Él nos recuerda: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él» (6, 56). Tercero, permaneciendo en Él, experimentando que sin Él no podemos hacer nada, toda la savia que vitaliza y dinamiza el sarmiento le viene de estar injertado en la vid, fuera de él no tiene vida propia «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (16, 4); y para poder permanecer en Él, necesitamos hablar con Él, dialogar con Él, y esto sólo se consigue con la oración. y, cuarto, sirviéndole a Él porque es solamente en la entrega y el amor a los hermanos como podemos mostrar el amor a Cristo como nos recuerda hoy la segunda lectura: «Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según verdad» (1ª Jn 3, 18). El fruto que el labrador, nuestro Padre, espera de cada uno de sus hijos es la santidad de una vida fiel a los mandamientos, especialmente al mandamiento del AMOR. Es la obra del Misterio Pascual realizado por Cristo: «al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad y el fin, la vida eterna» (Rom 6, 23); por el Cuerpo de Cristo, hemos muerto a las obras del mundo y de la carne, «para pertenecer a aquel que fue resucitado de entre los muertos, a fin de que fructificáramos para Dios» (Rom 7, 4). y pudiésemos dar los frutos del Espíritu: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5, 22). ¿Qué frutos doy yo?

EL CAMPANARIO

Con flores a María

Iniciamos un nuevo mes de Mayo bajo la mirada maternal de María, la Madre de Jesús y nuestra Madre del Cielo. Y lo iniciamos de la mano de aquel que fue su esposo en la tierra, San José, con la fiesta dedicada a su nombre y su trabajo, el carpintero de Nazaret, en este año que el Papa Francisco ha querido que esté, especialmente, dedicado su figura: “Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud”, nos ha recordado el Papa en su Carta Apostólica Patris corde).

En efecto, el mes de Mayo, tradicionalmente, la Iglesia lo ha dedicado a venerar la figura de la Virgen María y a entrar en comunión con Ella, de un modo muy sencillo, como es rezar el Santo Rosario. El Papa Francisco, nos pide este año a los católicos que oremos esta bellísima “oración de los pobres” con una intención muy concreta: ¡que se acabe la pandemia del coronavirus! “En sus apariciones, la Virgen exhortó a menudo a rezar el Rosario, especialmente ante las amenazas que se ciernen sobre el mundo. Aún hoy, en esta época de pandemia, es necesario tener la corona del rosario en nuestras manos, rezando por nosotros, por nuestros seres queridos y por todas las personas. Les encomiendo a todos a la Reina del Rosario y les bendigo de todo corazón”.

            ¡Os invito a rezar el Rosario en familia y en la Iglesia! ante la imagen de Ntra. Sra. Refugio de Pecadores. ¿Podría ser a las 12 de la mañana (de lunes a viernes comenzándolo con el rezo del Angelus?

También os invito, a los que podáis, a “peregrinar” algún sábado a la Ermita de <<Nuestra Señora de los Remedios>> de Villanueva del Cañedo (junto al Castillo del Buen Amor en el término municipal de Topas) donde a lo largo del mes de Mayo presidiré la Eucaristía a las 12 (excepto el sábado 15).

“El Rosario, -nos recordó San Juan Pablo II– forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano (…). El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: «Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad» (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza” (cf. Carta Apostólica, Rosarium Virginis Marieae, nn. 5 y 12).

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