El presente y el futuro de la vida y misión en nuestra Iglesia diocesana, así como de nuestras comunidades parroquiales, nos lo estamos jugando en si somos capaces de ofrecer, o no, una INICIACIÓN CRISTIANA que ayude a nuestros niños, adolescentes, jóvenes y adultos a conocer y amar a Jesús para que, siguiendo tras las huellas de su Evangelio, la vida de todos sea transformada gradualmente y puedan confesar, dar testimonio con valentía, de que Jesús es el

Señor.

El quinto Domingo de Pascua nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos para hacernos comprender el profundo misterio de comunión en el que hemos sido injertados por el bautismo: participar de la misma vida divina como hijos adoptivos que somos de Dios, configurando nuestra vida de cristianos con el alimento semanal del Cuerpo y Sangre de Cristo que se nos da en la Eucaristía para que la misma vida sangre de Jesús corra por nuestras venas y su mismo Amor lo podamos compartir y repartir con todas aquellas personas con las que el Padre del Cielo ha «enracimado» nuestra existencia.

El Papa Pablo VI nos recordó en Evangelii nuntiandi que la Iglesia existe para evangelizar, esta es su razón de ser más profunda. San Juan Pablo II en Christi fideles laici nos recordó que toda la Iglesia está llamada a ser misionera y recientemente el Papa Francisco dijo que todos los bautizados estamos llamados a ser discípulos misioneros.

Celebramos el 50ª Aniversario de la presencia de Dios en medio del Barrio Vidal a través de la Parroquia de Cristo Rey que ha cobijado y sigue cobijando a la Comunidad Cristiana, que como Pueblo Dios, Cuerpo de Cristo y Morada del Espíritu Santo, ha peregrinado a lo largo de estas cinco décadas (del 14 Abril de 1968 al 14 de Abril de 2018) entre las casas, las calles y la Plaza que da nombre a este barrio de la periferia de la ciudad de Salamanca de finales de los años cincuenta que ha experimentado una profunda transformación a lo largo de estos cinco lustros transcurridos.