El quinto Domingo de Pascua nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos para hacernos comprender el profundo misterio de comunión en el que hemos sido injertados por el bautismo: participar de la misma vida divina como hijos adoptivos que somos de Dios, configurando nuestra vida de cristianos con el alimento semanal del Cuerpo y Sangre de Cristo que se nos da en la Eucaristía para que la misma vida sangre de Jesús corra por nuestras venas y su mismo Amor lo podamos compartir y repartir con todas aquellas personas con las que el Padre del Cielo ha «enracimado» nuestra existencia.
HP 2018-04-29