¡Somos hijos de Dios por el Bautismo! | Hoja parroquial del 12 de enero

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR: Is 42, 1-4. 6-7; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17

«En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara (…)». Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía. Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto«.

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Las mismas palabras que escuchó Jesús en el momento de ser bautizado por Juan en el Jordán, las escucha todo bautizado en el instante mismo de ser adoptado por Dios Padre como hijo, al recibir el don del Bautismo: tú, eres mi hijo. La filiación divina es el don más grande que hemos recibido en el bautismo: ¡ser hijo de Dios! Es tan grande este regalo que a San Juan le lleva a exclamar: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos! (1ª Jn 3, 1), más aún, san Pablo nos explica que la razón última del Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, ha sido para que nosotros llegáramos a participar de la filiación divina: «A llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos de Dios es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gal 4, 1-7). Pero ¿qué significa ser hijo de Dios? Pues que participas, en todo, de la vida misma de Dios, que estamos llamados a vivir como Dios, como hijos de Dios. Somos hijos de Dios, si vivimos según su voluntad, y llegamos a vivir según la voluntad de Dios cuando nos dejamos conducir por el Espíritu de Dios (Rom 8, 14-17).

Hijos de Dios! ¿Vivimos, realmente como hijos de Dios? ¿Somos conscientes del tesoro de gracia que se nos ha dado con el don del Bautismo? ¿Sabes el día en que fuiste bautizado, dónde y quién te bautizó? Hoy, es un día para dar gracias al Padre por ser cristianos, por estar bautizados, por haber sido adoptados por Dios para ser sus hijos, por haber sido agraciados con el don inmenso de…¡la FE! El Papa Francisco nos ha recordado en qué consiste este precioso regalo-don de la fe: «Mediante el bautismo nos convertimos en criaturas nuevas y en hijos adoptivos de Dios. En el bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien. Es transferido a un ámbito nuevo, colocado en un nuevo ambiente, con una forma nueva de actuar en común, en la Iglesia.

Dios da al bautizado una nueva condición filial. Así se ve claro el sentido de la acción que se realiza en el bautismo, la inmersión en el agua: el agua es símbolo de muerte, que nos invita a pasar por la conversión del «yo », para que pueda abrirse a un «Yo» más grande; y a la vez es símbolo de vida, del seno del que renacemos para seguir a Cristo en su nueva existencia. De este modo, mediante la inmersión en el agua, el bautismo nos habla de la estructura encarnada de la fe. La acción de Cristo nos toca en nuestra realidad personal, transformándonos radicalmente, haciéndonos hijos adoptivos de Dios, partícipes de su naturaleza divina; modifica así todas nuestras relaciones, nuestra forma de estar en el mundo y en el cosmos, abriéndolas a su misma vida de comunión. Este dinamismo de transformación propio del bautismo nos ayuda a comprender la importancia que tiene hoy el catecumenado para la nueva evangelización, también en las sociedades de antiguas raíces cristianas, en las cuales cada vez más adultos se acercan al sacramento del bautismo. El catecumenado es camino de preparación para el bautismo, para la transformación de toda la existencia en Cristo» (cf. Lumen fidei, nn. 41-42).

EL CAMPANARIO

BAUTISMO Y TRANSMISIÓN DE LA FE

“La transmisión de la fe se realiza en primer lugar mediante el bautismo. Pudiera parecer que el bautismo es sólo un modo de simbolizar la confesión de fe, un acto pedagógico para quien tiene necesidad de imágenes y gestos, pero del que, en último término, se podría prescindir. Unas palabras de san Pablo, a propósito del bautismo, nos recuerdan que no es así. Dice él que « por el bautismo fuimos sepultados en él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva » (Rm 6,4). Mediante el bautismo nos convertimos en criaturas nuevas y en hijos adoptivos de Dios. El Apóstol afirma después que el cristiano ha sido entregado a un « modelo de doctrina » (typos didachés), al que obedece de corazón (cf. Rm 6,17). En el bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien. Es transferido a un ámbito nuevo, colocado en un nuevo ambiente, con una forma nueva de actuar en común, en la Iglesia. El bautismo nos recuerda así que la fe no es obra de un individuo aislado, no es un acto que el hombre pueda realizar contando sólo con sus fuerzas, sino que tiene que ser recibida, entrando en la comunión eclesial que transmite el don de Dios: nadie se bautiza a sí mismo, igual que nadie nace por su cuenta. Hemos sido bautizados.

¿Cuáles son los elementos del bautismo que nos introducen en este nuevo «modelo de doctrina»? Sobre el catecúmeno se invoca, en primer lugar, el nombre de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se le presenta así desde el principio un resumen del camino de la fe. El Dios que ha llamado a Abrahán y ha querido llamarse su Dios, el Dios que ha revelado su nombre a Moisés, el Dios que, al entregarnos a su Hijo, nos ha revelado plenamente el misterio de su Nombre, da al bautizado una nueva condición filial. Así se ve claro el sentido de la acción que se realiza en el bautismo, la inmersión en el agua: el agua es símbolo de muerte, que nos invita a pasar por la conversión del « yo », para que pueda abrirse a un « Yo » más grande; y a la vez es símbolo de vida, del seno del que renacemos para seguir a Cristo en su nueva existencia. De este modo, mediante la inmersión en el agua, el bautismo nos habla de la estructura encarnada de la fe. La acción de Cristo nos toca en nuestra realidad personal, transformándonos radicalmente, haciéndonos hijos adoptivos de Dios, partícipes de su naturaleza divina; modifica así todas nuestras relaciones, nuestra forma de estar en el mundo y en el cosmos, abriéndolas a su misma vida de comunión. Este dinamismo de transformación propio del bautismo nos ayuda a comprender la importancia que tiene hoy el catecumenado para la nueva evangelización, también en las sociedades de antiguas raíces cristianas, en las cuales cada vez más adultos se acercan al sacramento del bautismo. El catecumenado es camino de preparación para el bautismo, para la transformación de toda la existencia en Cristo. Cf.  Lumen fidei, nn. 41.42.

NOTICIAS DE NUESTRA PARROQUIA

       + TALLER DE MAYORES: El Martes, día 14, retomamos el ritmo semanal de encuentros con los mayores.

         + ENCUENTRO ARCIPRESTAL: El Sábado día 18 de 10,30h a 13, 30h tendrá lugar una reunión de los presbíteros del Arciprestazgo –en la Casa de la Iglesia-, junto con los miembros del Consejo Pastoral Arciprestal, para reflexionar con Don Carlos nuestro Obispo y el Sr. Vicario de Pastoral el modo de concretar pastoralmente las Orientaciones de nuestra Asamblea Diocesana.



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