“Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto«.
La Semana Santa ha dejado de ser, solo y exclusivamente, la gran semana del calendario litúrgico católico, para convertirse en la semana de vacaciones, dentro del calendario escolar, para muchachos y universitarios; la semana de turismo, para tantos ciudadanos que aprovechan estos días para cambiar de aires y conocer nuevos parajes; la semana procesional por excelencia en nuestras ciudades y pueblos; la semana litúrgica más importante para los católicos. De ahí, que las miradas con las que uno se acerca a esta semana sean tan distintas y tan diferentes. Comentemos algunas de ellas.
La mirada del gnóstico o indiferente. A las personas que manifiestan no creer en Dios o, al menos, lo ponen entre interrogantes, esta semana no se diferencia del resto de las semanas en nada, salvo el hecho, de que la fisonomía de las calles de nuestras ciudades y pueblos, se transforma un poco, por aquello de la afluencia de turistas, la toma de las calles públicas por las procesiones, con la incomodidad que pueda suponer para ellos. Este tipo de personas, si son respetuosas, seguirán mirando al mundo y sus circunstancias como siempre, pensando, quizás, que nada nuevo hay bajo el sol: «Por azar llegamos a la existencia y luego seremos como si nunca hubiéramos sido. Porque humo es el aliento de nuestra nariz y el pensamiento, una chispa del latido de nuestro corazón. Caerá con el tiempo nuestro nombre en el olvido, nadie se acordará de nuestras obras; paso de una sombra es el tiempo que vivimos, no hay retorno en nuestra muerte; porque se ha puesto el sello y nadie regresa«, dice el Libro de la Sabiduría 2, 2-5.
La mirada del creyente. Son la mayoría, personas que han sido educadas dentro de un ambiente impregnado, culturalmente hablando, de un cristianismo sociológico. Son creyentes, es decir, creen que algo tiene que existir, no saben definirlo quizás muy bien, pero para ellos, es como una mano todopoderosa. Son personas que conservan los rudimentos de su fe católica pero ya un tanto difuminada: no creen tanto en Dios, como en los dioses que se han ido fabricando a lo largo de su existencia (el trabajo, el dinero, la familia, el coche, los amigos, etc.); no creen tanto en el Cristo de la fe, como en los Cristos de sus imágenes, a esos…¡ni se los toques!; no se identifican tanto con la Iglesia como con sus cofradías y tertulias afines; no participan tanto de la liturgia eclesial cuanto de sus besapiés, besamanos y actividades ad intra de sus cofradías; no se adhieren tanto a la moral católica, como a sus convicciones morales a la carta. Son, en general, buena gente y nos hacen partícipes de sus buenos sentimientos. A estas personas, la semana santa, les trasmite algo muy especial, no saben explicar muy bien el por qué, pero se preparan para procesionar,estos días, con un verdadero espíritu espartano. Estas personas forman parte del amplio voluntariado que participa en las cofradías semanasanteras de nuestra ciudad y pueblos. Para no pocos de ellos, son estos los días que más pisan las iglesias durante el año, el tiempo que más miran a sus pasos, a sus imágenes, a sus trajes de nazarenos…Son personas que, interesadamente, durante estos días, miran al cielo y elevan profundamente una plegaria: ¡Cristo, Nazareno, que no nos llueva esta semana santa!
La mirada del cristiano practicante. Por paradójico que parezca, son el grupo menos numeroso. Son todos aquellos bautizados que han intentado vivir la Cuaresma con un espíritu de conversión para llegar «a la montaña santa de la Pascua con un corazón contrito y humillado», como reza uno de los prefacios de la Misa en este tiempo litúrgico. Saben que la Vigilia Pascual es el corazón de la vida cristiana, que al conmemorar «la resurrección del Señor, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua» (SC, 102), la Iglesia renueva la sangre (como si se tratara de una profunda diálisis espiritual), es decir la vida, la esperanza, la alegría, el amor, al contemplar a Jesús crucificado, sepultado, resucitado… ¡Vivo! Si, la mirada de los cristianos, en la Semana Santa no tiene otro foco más que la persona de Jesús, el Señor, como nos recuerda san Pablo: «Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12, 1-2).